Los enemigos viven dentro, enterrados en las vísceras y en las redes neurológicas. Son sofisticados y se hacen sólidos a través de la repetición; son firmes, son senseis de la estrategia.
Escurridizos y silenciosos, no hacen ruido cuando emergen, el estruendo lo dejan cuando ganan y bien se saben burlar.
Creyendo que están afuera, la mente trata de vencerlos pero nunca los encuentra más allá de las narices, creyendo ademàs, que al que le crece la nariz es al mundo.